Visitar esta catedral del vino es toda una fiesta para los sentidos. Entra primero por la vista, con el sorprendente edificio de la nueva bodega y el hotel de lujo diseñados por Frank Gehry, que parecen flotar en medio de los viñedos con su característica cubierta ondulante de titanio.
El arquitecto canadiense quería expresar movimiento, como si el edificio fuera “un animal galopando por el campo” e impregnar su obra con los colores de la bodega: rosa, como el vino tinto, oro, como la malla de las botellas de Riscal, y plata, como la cápsula que recubre la botella.